Nos proponemos metas. Tenemos
sueños, objetivos por cumplir. A veces se ven bastante claros, y otras, sin
embargo, se vislumbran bastante borrosos. En ocasiones, el camino resulta ser
tedioso. Tanto, que nos replanteamos si estamos avanzando por el correcto. Lo
cierto es que, ninguna meta que se precie o algo que verdaderamente merezca la
pena se torna fácil. Siempre hay obstáculos. Algunos que ni siquiera te habías
planteado. Finalmente si aquello por lo que luchas merece la pena, encuentras
la manera de sortearlos. ¿Quién dijo que iba a ser fácil? El mero reto de
superarnos a nosotros mismos y a las dificultades que se nos presentan, hacen
que nuestra particular y añorada meta se vuelva más atractiva. Las opciones son
simples: tirar la toalla o seguir adelante. Es cierto, que hay momentos en los
que no las tenemos todas las de ganar con nosotros, pero al final acabamos
encontrando la manera de hacerlo, no importa cuánto tiempo necesitemos. La
clave para lograr nuestros deseos está en la perseverancia, en el esfuerzo. Una
vez hemos alcanzado la meta propuesta,
el valor no se encuentra en la coronación de nuestra particular cima, sino en todo
lo que hemos aprendido y como hemos ido evolucionando mientras hemos luchado
por ello. Si alguna vez, te das cuenta de que no es la meta que querías
conseguir o no te has convertido en quien querías ser, siempre puedes volver a empezar.
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